Amanecemos cada día con hallazgos sobrecogedores que tienen a facilitarnos la vida, a hacérnosla más larga o a creer que todo va exactamente como lo programado y sin fallos.
Para digerir tan magnos acontecimientos intento abrir el cartón de leche obedeciendo a la consigna “abre fácil” y me levanto los pellejos de los dedos, destrozo la forma del habitáculo lácteo y recurro a las tijeras de podar para ponerme esa pizca de leche sobre el café, la que queda después de haber sacudido violentamente el artefacto una vez destrozado.
Intento leer lo que ayer no pude y achaqué al cansancio, pero se ha puesto de moda imprimir en tinta gris, con una letra diminuta para ahorrar espacio y sin otra finalidad que hacerse los modernos. No puedo, ni con la luz del sol sobre el papel.
Se me ocurrió decirle que sí a las actualizaciones del ordenador, y me he quedado sin saber cómo se manejan las nuevas funciones, me avisa a todas horas de que el disco duro está lleno y amenaza con desintegrarse (imagino), y que bandadas de virus me van a atacar sin piedad, sin vacuna alguna al alcance, que no sea la de cambiar el aparato previo pago de la millonada que exigen.
Ahora, cuando intento consultar el tiempo, me piden que me dé de alta en una nueva aplicación para lo que he retener una clave que esa misma aplicación genera y que tiene cuarenta y tantos dígitos, signos, mayúsculas, minúsculas y algunas cosas que desconozco. Si le digo que no, que quiero mi clave de siempre, se enfurece y me repite por activa y por pasiva su creación, la que he de memorizar. Opto por mirar al cielo por si amenaza lluvia.
Saco a pasear a mis perros por la noche, y de paso voy a tirar la basura. Craso intento. La bolsa de los plásticos no cabe por el agujerito del contenedor, con tapa cerrada a cal y canto, tengo que llevar los cartones y papeles plegados, limpios y ordenados por tamaños para que quepan por la ranura del otro depósito, asimismo clausurada con devoción por los servicios de limpieza, y no digamos ya si la de las botellas intento ponerla en su sitio: no, no, no a nada que no sea cristal. Me pregunto qué hacemos con las etiquetas, dónde deposito los tapones, qué hago con la bolsa en la que los llevo si el de plástico no se abre. Agradezco la vejez de mis perros que, sabedores de mi lucha cotidiana con los contenedores, se han sentado a esperar ver el final de mi desesperación.
Dentro de lo cotidiano están las etiquetas que no hay quien despegue y que dejan rastro infernal en cualquier superficie, las toallitas quitamanchas de los restaurantes que cumplen su misión ampliando la mancha y haciéndola irreversible, las cervezas cero cero que emborrachan, los zapatos que hacen daño, las gafas que molestan en la nariz … y muchas cosas más.
A lo mejor lo de la inteligencia artificial arregla estos desmanes y nos hace la vida fácil, porque hasta ahora, con la inteligencia natural no hemos tenido éxito.
Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 1 de abril de 2024.
5 comentarios:
Magnífico
Cuanta verdad..!!!!
La vida es así. Lo siento mucho...
Matilde, tienes toda la razón, es un "desafío" continuo. Un abrazo
Fantástico expresado tal cual es ,de acuerdo contigo
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