Andan perdidas por ahí, en la arena del desierto o bajo él, donde los habitantes de zonas castigadas por la Naturaleza se refugian para ocultar la miseria y el horror de la vida que, por una simple cuestión de geografía, les ha tocado vivir.
Esas niñas desaparecidas en manos de salvajes seres humanos son nuestras, de todos y responsabilidad de quien las conocía o no, pero que sin saberlo formaban parte de la Humanidad, como todos los demás, vivan en Nigeria o no.
Si no apacen, o son vendidas, violadas, masacradas, humilladas y vencidas, las echaremos de menos durante mucho tiempo, y aunque no lo creamos, la conciencia nos sacudirá de forma intermitente por haber echado la vista a otro lado, donde el mar choca contra la arena que no es desierto sino playa.
No cabe sólo dar dinero. Hay que encontrarlas y protegerlas de las hienas que son sus secuestradores. Esos animales que en nombre de una religión asesinan, masacran y humillan a cambio de dinero miserable, no merecen formar parte de ningún colectivo. Han de ser encerrados de por vida y aislarlos como a enfermos contagiosos, virus letales o especies declaradas a extinguir. La única piedad que merecen es el respeto a su vida, condicionada por la de los demás, que es lo que más les duele.
Las niñas, nuestras niñas, tienen que volver a sus casas, a su escuela, a ser felices, a recuperar la vida que perdieron, que era la suya, la que la geografía de un país duro, áspero, castigador y poco comprensivo con sus ciudadanos, les había proporcionado.
No puedo hacer nada que no sea levantar la voz desde este hueco. Por favor, encuéntrenlas los que pueden y abrácenlas con ternura, porque ésos sí lo entenderán. Lo que ahora les está pasando no tiene cabida en la mente humana.
Esas niñas desaparecidas en manos de salvajes seres humanos son nuestras, de todos y responsabilidad de quien las conocía o no, pero que sin saberlo formaban parte de la Humanidad, como todos los demás, vivan en Nigeria o no.
Si no apacen, o son vendidas, violadas, masacradas, humilladas y vencidas, las echaremos de menos durante mucho tiempo, y aunque no lo creamos, la conciencia nos sacudirá de forma intermitente por haber echado la vista a otro lado, donde el mar choca contra la arena que no es desierto sino playa.
No cabe sólo dar dinero. Hay que encontrarlas y protegerlas de las hienas que son sus secuestradores. Esos animales que en nombre de una religión asesinan, masacran y humillan a cambio de dinero miserable, no merecen formar parte de ningún colectivo. Han de ser encerrados de por vida y aislarlos como a enfermos contagiosos, virus letales o especies declaradas a extinguir. La única piedad que merecen es el respeto a su vida, condicionada por la de los demás, que es lo que más les duele.
Las niñas, nuestras niñas, tienen que volver a sus casas, a su escuela, a ser felices, a recuperar la vida que perdieron, que era la suya, la que la geografía de un país duro, áspero, castigador y poco comprensivo con sus ciudadanos, les había proporcionado.
No puedo hacer nada que no sea levantar la voz desde este hueco. Por favor, encuéntrenlas los que pueden y abrácenlas con ternura, porque ésos sí lo entenderán. Lo que ahora les está pasando no tiene cabida en la mente humana.
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