9 de mayo de 2014

NUESTRAS NIÑAS

Andan perdidas por ahí, en la arena del desierto o bajo él, donde los habitantes de zonas castigadas por la Naturaleza se refugian para ocultar la miseria y el horror de la vida que, por una simple cuestión de geografía, les ha tocado vivir.
Esas niñas desaparecidas en manos de salvajes seres humanos son nuestras, de todos y responsabilidad de quien las conocía o no, pero que sin saberlo formaban parte de la Humanidad, como todos los demás, vivan en Nigeria o no.
Si no apacen, o son vendidas, violadas, masacradas, humilladas y vencidas, las echaremos de menos durante mucho tiempo, y aunque no lo creamos, la conciencia nos sacudirá de forma intermitente por haber echado la vista a otro lado, donde el mar choca contra la arena que no es desierto sino playa.
No cabe sólo dar dinero. Hay que encontrarlas y protegerlas de las hienas que son sus secuestradores. Esos animales que en nombre de una religión asesinan, masacran y humillan a cambio de dinero miserable, no merecen formar parte de ningún colectivo. Han de ser encerrados de por vida y aislarlos como a enfermos contagiosos, virus letales o especies declaradas a extinguir. La única piedad que merecen es el respeto a su vida, condicionada por la de los demás, que es lo que más les duele.
Las niñas, nuestras niñas, tienen que volver a sus casas, a su escuela, a ser felices, a recuperar la vida que perdieron, que era la suya, la que la geografía de un país duro, áspero, castigador y poco comprensivo con sus ciudadanos, les había proporcionado.
No puedo hacer nada que no sea levantar la voz desde este hueco. Por favor, encuéntrenlas los que pueden y abrácenlas con ternura, porque ésos sí lo entenderán. Lo que ahora les está pasando no tiene cabida en la mente humana.


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