3 de mayo de 2015

PENA

El terremoto de Nepal me ha bloqueado el espíritu. Aparento normalidad y que todo ha de seguir, pero inmediatamente me pregunto: ¿cómo? Conozco Nepal desde hace muchos años. A su gente, los paisajes, el desgobierno, la miseria, el abandono de los pobres, la humillación sistemática de los prepotentes escaladores a los sherpas, la sonrisa tatuada en la cara de los niños, el frío de la noche, las fritangas callejeras, hermosa artesanía, creatividad, reinas niñas, patrimonio cultural inenarrable... Y en medio de todo la fe en una religión que todo lo justifica.
Ahora sólo faltaba hacerles creer que el terremoto es fruto de su mal comportamiento, que por eso son tan pobres y que se lo merecían.
Por favor, no los podemos olvidar en décadas. Nos necesitan, el hambre y el frío no perdonan y los nepalíes son los guardianes de culturas ancestrales, de una naturaleza incomparable y una manera de ser única en la humanidad.
En las faldas del Himalaya volverán a crecer orquídeas, pero no las suficientes para ponerlas en cada uno de los recuerdos que se han transformado en humo.

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