22 de mayo de 2015

SOBRAN








Una niña en la calle dormía bajo la protección de los cartones que los amigos le proporcionaban. Dormía mal, pero el suelo no le parecía ni duro.
Años en esa situación, defendiéndose de las agresiones cotidianas y esperando que su piel se confundiera con el anochecer para poder salir a revolver entre los montones de basura y encontrar algo de valor, o si fuera posible, algo que llevarse a la boca. La basura era generosa y sobrevivió hasta que la policía la lleva a un orfanato.
Desde allí, donde le cortan el pelo sin compasión, vuela a España y es adoptada.
Estudia, se esfuerza, la rechazan por su color pero sigue, sigue, sigue... y se marcha a Estados Unidos a terminar de formarse y a sentirse una más. 
En USA anochece y amanece de otro color: su piel es como la de los demás.
Su madre no la ve ni la abraza y la echa de menos cada día, cada hora, cada mal rato... pero sabe que es feliz a rabiar, que la quieren y que triunfa como nunca pudo nadie imaginar en esas calles llenas de basura y miseria.
Ahora su madre lee que gente como ella está abandonada en alta mar, que los ingleses dicen atrocidades, que hay que contar a la gente por su color y procedencia y que sobran en todas partes.
Si esa gentuza supiera el amor que albergan esos corazones, la capacidad de estudio y las ganas de vivir... cerraban la boquita y se suicidaban por el bien de la humanidad.
Esa niña que vino es mi hija.

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