1 de julio de 2020

OTRA VIDA



Otra vida

MATILDE MURO
Me comunico con el exterior como todo el mundo: televisión, ordenador, móvil y tableta. Mantengo la costumbre del periódico de papel, revistas semanales y, como cosa extraordinaria, soy una fanática de las pintadas callejeras, arranco las pegatinas de las farolas y señales de tráfico a las que alcanzo, porque voy leyendo todo lo que se pone a tiro.
De todo lo que leo me cuesta identificar muchas de las costumbres y comportamientos que se describen en tanto medio informativo. Si fuera esa mi realidad, estaría aterrada y sin poder vivir en paz.

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Mi vida de todos los días es más tranquila. No noto tanto odio, no hay tanto lío de enfrentamientos imposibles de resolver, no conozco a nadie que se dedique por sistema a estafar, o a robar sin ser visto, o al proxenetismo, o a ser pederasta, o ladrón de perros para hacer panderetas con su piel.
Cuando paseo por las noches, veo luces encendidas en las casas, donde imagino que se convive a trancas a barrancas, pero me cuesta creer que lo normal sean los malos tratos, los intentos de asesinato o las elucubraciones para atentar contra los asistentes a alguna fiesta próxima.
Si voy a la compra no me paro a pensar que me están estafando, o que en las etiquetas de los productos que me gustan, ocultan productos que han añadido para ir envenenándome de forma imperceptible.
Cuando tomo un café en el sitio de siempre, no dudo de los que me atienden. Se limitan a hacer su tarea sin dobles intenciones, sin pretender drogarme, sin añadir nada extraño a mi consumición. Probablemente no sea lo más exquisito del mundo, desde luego que no, pero resulta hasta confortable la burricie, el olvido del vaso de agua, o que tarde en venir la cuenta porque, posiblemente, yo tampoco me comporte con ellos como esperan de mí, pero las cosas no van más allá nunca.
Si conduzco veo que por la carretera se respetan más o menos las cosas. No hay una violencia determinada que me haga ir buscando por dónde esconderme a la vista de la situación. Uno sale de su casa y llega a destino sin más preocupación, y esto es lo normal.
No digo que no haya una parte de la sociedad corrompida, envenenada de odio, violenta hasta la incomprensión, manipuladora y peligrosa. Los delincuentes, siempre lo he pensado, trabajan muchísimo para serlo y es una lástima que no empleen sus esfuerzos en otra cosa que no sea elaborar planes funestos para ellos o nosotros, pero me parece, por lo que vivo, que no es lo general.
Por esta razón creo que vivo otra vida. Los medios me transmiten amenazas, violencia, extorsiones, derramamiento de lágrimas, gritos, comportamientos asquerosos, y opiniones siniestras.
No se trata de «matar al mensajero», de ninguna manera, pero es verdad que a lo mejor habría que reconsiderar mucha de la información que se ofrece, porque en algún momento, si no se puede distinguir entre lo malo y lo peor, vivir se hace difícil.



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