3 de diciembre de 2020

DIVORCIO

 



- Hay que hablar con los niños y explicarles la situación.
- ¡Ya estamos con el “hay que”! Sabes perfectamente que esa frasecita ha sido uno de los motivos de nuestra separación. ¿Cómo hay que? Digo yo que tendremos que ser los dos los que hablemos con ellos. Esto no se trata de hay que ir a tirar la basura, o hay que pintar, o hay que cenar, o hay que limpiar, o hay que llevar a los niños al colegio, o hay que limpiar el baño, o tienes que … que es tu frase favorita.
- Volvemos a lo de siempre. Tú te empeñas en que mis frases son las que han roto esta relación. No es verdad. Te la coges con papel de fumar tía. Cualquier cosa que digo te molesta. Todo lo que hago es penoso. Si lo digo como si no, lo que haga está mal para ti. Sigo sin entender qué te ha pasado. Has cambiado tanto desde que nos conocimos que, de verdad, me cuesta creer que eres la misma persona.
- ¡Hombre!, qué curioso. Cuando nos conocimos y empezamos a vivir juntos, no habías aprendido el “hay que”. No sé a qué escuela has ido desde que nació Diego, que el “hay que” se implantó en tu vocabulario y es como una muletilla que me enferma. No te digo ya desde el nacimiento de Elenita. ¿Crees que es normal que llegas a casa, no dices ni buenas tardes, te sientas a comer como un bruto sin hablar, bebes lo que quieres mientras comes, y te tumbas a dormir en el sofá mientras quito la mesa, arreglo la cocina y voy al autobús a recoger a los niños? No es normal. No sabes ni dónde está la parada del autobús. Si a mí me pasa algo, se quedan huérfanos con su padre durmiendo la siesta. Te da todo lo mismo. No sé qué te ha pasado, y como no hablas, no podemos entendernos.
- No hablo porque a ti te da lo mismo lo que te diga.
- ¿Si? Inténtalo. Estamos a tiempo antes de firmar los papeles en el juzgado. Dime qué pasa, a qué se debe ese comportamiento de los últimos cinco años. Dime porqué no te ocupas de nada, pero de nada que no sea criticar y poner pegas a lo que tú crees que hay que hacer, pero que soy yo la que lo tiene que hacer. ¿En qué me equivoco?, ¿qué hago mal?, ¿digo que me canso y tengo que callar?
- No sigas por ahí. Te he dicho mil veces que no pasa nada. Que no me ha pasado nada Que tengo el mismo trabajo, la misma vida, la misma gente con la que me hablo. Que no me pasa nada de nada. Que estoy igual. Que en estos cinco años lo único que he cambiado han sido las ruedas del coche. ¿Te enteras? No pasa nada de nada. Todo lo que ves está en tu cabeza. Te empeñas en que soy yo y no es verdad. No pasa nada.
- Tú lo que quieres es volverme loca. ¿Te has enterado de que has sido padre? ¿Sabes que tienes dos hijos? No es ya por mí. Es por ti. Yo sí he cambiado, yo sí me he dado cuenta de que soy madre y que tengo otras obligaciones distintas, que tengo a dos seres pequeñitos colgados a mi falda que piden atención y ayuda todos los días. He cerrado los ojos a todo lo demás y no quiero que nuestros hijos se sientan solos y abandonados, mientras nosotros no nos damos cuenta de que han nacido y están aquí. ¿Tú te has dado cuenta de que hay dos niños en casa?
- Lo que faltaba. Que no me he dado cuenta de los niños. ¿Te he puesto alguna pega para que hagas lo que quieras?, ¿he protestado porque no salgas ya conmigo poniendo a los niños como excusa siempre?, ¿he dejado de darte dinero para que los niños crezcan y vayan a los colegios que tú digas? Es el colmo. Es decir que yo tengo que dedicarme a educar a los niños y a estar pendiente de ellos como si fueras tú. Pues no. Uno u otro, pero los dos no puede ser porque si lo hacemos los dos, los niños no saben a quién obedecer. A mí no me hacen ni caso, no sé si saben que soy su padre. Cuando les llamo, o les pido algo, o quiero estar con ellos, ni me miran. No sé si me conocen, y yo tengo mucho trabajo como para estar dedicado a ellos. Yo no he cambiado. Eso son cosas tuyas, y si quieres separarte de mí, de acuerdo, pero no digas que he cambiado. Yo no he cambiado. La que ha cambiado has sido tú.
- De verdad que no es normal. Todo lo que acabas de decir ¿te lo crees?, ¿es posible que no sientas el más mínimo cariño por tus hijos?, ¿es real lo que he oído?, ¿piensas que no saben que eres su padre? Mira hijo, esto es peor de lo que yo pensaba. Tú no sabes qué te pasa, pero desde luego te pasa algo. ¿Con dinero se arregla esto?, ¿Qué tú me das dinero para mantenerlos y hacerles crecer?, ¿qué dices?
- Pues que te doy dinero todos los meses de mi sueldo para los niños y para ti.
- ¿Para los niños y para mí? Me muero de risa. ¿Lo que me das es para los tres? Alucino. ¿Con lo que me das tenemos que comer, vivir, colegios, vestir, libros, mamá cómprame, y todo lo demás? Interesante argumento. No había caído en que esa miseria era para la supervivencia de estos tres seres humanos a los que has decidido salvar de la hambruna.
- ¡No empecemos con tus salidas de humor! ¡no soporto que me trates como si fuera un imbécil! Te doy el dinero que creo que debo darte para que esto marche.
- Pues es verdad. No había caído en ello. Esto marcha. ¡Tú te marchas!, pero además ahora mismo. Mañana a las nueve y cuarto tenemos hora en el juzgado para firmar la solicitud de divorcio. Vete ahora mismo y ya me las arreglaré yo con los niños. Ya les explicaré la razón por la que no van a volver a verte, porque en el divorcio he solicitado la tutela completa. No vas a volver a verlos, ni vas a tener que hacer nada que no sea alimentarlos de por vida. ¡Márchate! Y si mañana quieres mandar a tu abogada, yo te lo iba a agradecer. No quiero volver a verte nunca más. 
- Estás muy confundida. Yo no me voy de mi casa.
- ¿Tu casa? Esta casa es mía. Me la regalaron mis padres cuando acabé la carrera. Está a mi nombre, igual que la farmacia, por si no te acuerdas, que está en el local de abajo, y que atiendo durante doce horas diarias, además de ocuparme de tus hijos y los míos.
- Ya. Pero tú llevas una vida muelle. El trabajo en la planta baja. Entra dinero por un tubo y no me das cuentas, y me exiges que te de dinero todos los meses para mantener a los niños, que dices que son míos, y además que los cuide. Tú no tienes ni idea de cómo van las cosas. La vida esa que cuentan en las revistas de que los hombres y mujeres somos iguales, pues no es verdad. La que no se entera de nada eres tú. ¿Querías niños cuando nos casamos? Pues venga niños, tienes dos. ¿Querías educar a seres increíbles y excepcionales, según tú? pues dale a la educación, pero tú, porque yo con dos niños normalitos, me conformaba. ¿Qué quieres una vida loca de trabajo? Pues vuélvete loca trabajando. Yo con mis ocho horas de oficina tengo suficiente. Luego podré hacer lo que me venga en gana, ¿o tampoco?, ¿tengo que hacer lo que tú ordenes?, ¿tengo que hacer las guardias de tu farmacia?, ¿tengo yo que ser el salvador de la patria, de tú patria? Pues no. Creo que no. Esta es mi casa como la tuya. Aquí entramos el día en el que nos casamos y aquí seguimos, y porque hoy tengas un día malo, y porque hace seis meses te haya dado la locura de separarte, no voy a irme de casa porque sí. Yo aquí estoy fenomenal, no me meto con nadie, no hago nada que moleste a nadie, no pido nada. Me limito a decir “hay que” y te molesta como si fuera el aguijón de una avispa. Pues sí. Hay muchas cosas que se están relajando en esta casa. Veo que no se llega a todo. Esa manía tuya de ampliar el horario de la farmacia hasta doce horas de servicio al día, te ha hecho contratar a más gente ¿Para qué? Te lo dije: déjate de tanto lío y abre lo de siempre, y si en el barrio hay necesidad, que se las apañen, tú no vas a solucionar todo. Seguro que esos que has cogido para abrir te hacen ganar más dinero, pero como no me das cuentas de la farmacia, allá tú. Estoy más que seguro de que con tanta gente contratada vas a tener que cerrar, te vas a arruinar, y esa amiga tuya que hace estudios de farmacias, va a ser la que te la ponga a la venta, y si no, al tiempo.  Haz lo que quieras, pero no me digas a mí que me calle, porque diga “hay que”. Me da la gana y desde luego, será Su Señoría quien diga dónde está la razón, porque lo que no puedes pretender es que yo quiera trabajar hasta morir. No. No me da la gana. No quiero trabajar. No quiero ser padre ejemplar. No quiero moverme. No quiero nada de todo lo que a ti te parece lo normal. No quiero vacaciones. No quiero que los niños aprendan a hablar a gritos, y menos a correr para que yo vaya detrás de ellos. ¿Tengo que ser lo que tú quieres que sea? Pues me parece que no. Te vas a tener que aguantar con este que tienes delante.
- Tú te vas de casa esta noche, para empezar. Todos esos argumentos se los cuentas a tu abogada, y que ella, si tiene piel, los ponga de pie frente a Su Señoría, como dices. ¡Ah! No hace falta que te molestes en hacer la maleta: la tienes en la puerta hecha y cerrada. He cogido las llaves de la casa de la mesa de la entrada, para que no vuelvas, y con tu tarjeta de crédito he reservado habitación en la pensión en la que hiciste la carrera. A la dueña le ha hecho una ilusión enorme recibirte, porque como eres tan guapo, como eres tan bueno, tan dócil, tan callado y amoroso, está feliz sólo al pensar que vas a volver a sus brazos. Le he dicho que vas a preparar oposiciones a judicaturas, y que necesitas por lo menos dos años de estancia allí. 
Si. No abras los ojos de esa forma, porque se te van a salir No puedes quejarte de nada en absoluto. Te vas de MI casa a esa TU otra casa en la que tanto te quieren, y donde, sin duda alguna, el “hay que” te lo toleran. No. No digas nada. Me toca a mí. 
Mira, te he dado esta última oportunidad de hablar después de seis meses intentándolo. Tu abogada, que es la más lista del mundo mundial, y que tiene a su cargo todos los divorcios de tú bufete, del que parece que eres el amo y nunca vas, pues esa abogada tan lista y tan encantada de haberte conocido en las ocho horas de oficina, va a ser la que tenga que explicarte las razones por las que la convivencia contigo es in-so-por-ta-ble. Que no hay nada para siempre en la vida, excepto los hijos. Que nos casamos porque era el último deseo de tu madre, pobrecita mía, enferma terminal, y que yo no iba a echarme encima ese baldón de no haberle dado el gusto de verte a buen recaudo, pero que tu comportamiento ha sido todo menos amable conmigo, que me las he visto y deseado para tirar estos cinco años sin caer en una depresión de caballo, que te he mantenido limpio, planchado, comido, divertido y aparentemente feliz hasta que hemos llegado a hoy. Hoy te vas y no quiero volver a verte.
¡Ah! Los niños no te van a echar de menos. Ya les he avisado de que, a lo mejor, te ibas de viaje al extranjero y que tardabas en volver. No les ha parecido mal ni bien, porque no te tratan, pero si quieres seguir mintiéndote a ti mismo, a través de ellos, y te los encuentras por la calle, se lo dices. Que te has ido al extranjero, a Paupolicán, que es la calle de la pensión, por si no lo recordabas.
Mira lo que son las cosas. Te vas. ¿Quién te lo iba a decir a ti? Pues si. Te vas. No te niegues porque no vas a conseguir nada. 
La miró, se levantó del sofá, cogió el móvil de la mesa, apagó la televisión y se encaminó a la puerta. Cuando estaba abriéndola, oyó desde el fondo que le decían:
- Hay que bajar la basura.


Matilde Muro Castillo.
(Publicado en la revista Comarca de Trujillo septiembre 2020)







No hay comentarios: