14 de mayo de 2020

DE PESCA

Foto: Internet.



         Era muy normal ir a pescar sin fecha fija. Se iba cuando de repente se le ocurría al jefe de la casa y, sin entender muy bien la razón, teníamos que levantarnos al día siguiente a las cinco de la mañana para salir en comandita a pescar peces asquerosos, que nadie se comía después, de los que no se podía presumir por el tamaño ante nadie, y que lo único que ocasionaban eran unas broncas monumentales entre todos los asistentes, porque las artes de la pesca en ríos, pantanos, charcas y demás elementos de aguas poco bravas, son tantas como pescadores hay a lo largo de las orillas.
         En primer lugar hay que escoger el sitio detenidamente. No pisar el borde porque los peces lo oyen todo. Tienen oídos de tísicos y ahí no se puede uno acercar.
         Primera pregunta: ¿desde dónde se pesca? ¿desde la ventanilla del coche? No hay respuesta. Mirada fulminante que calla cualquier duda.
         Caminamos de puntillas por la orilla, mientras el maestro se camufla: sombrero de tela con cinta oscura en la que prende ramajos del camino. Camisa caqui y pantalones de rambo combatiente, con más bolsillos que pasos da, y dice que nos disfracemos así para que los peces no nos vean.
         Pero ¿cómo no nos van a ver vestidos de esta forma? No, porque vais disfrazados de árboles y os confunden. De nuevo la risa, y otra mirada de fuego nos deja en la orilla, de puntillas y sin disfraz, porque no teníamos ni esos pantalones, ni la camisa, ni el sombrero.
         Encontrado el lugar para lanzar la caña, se ruega silencio total. Quietud, sol, tierra, sed, hambre, aburrimiento y de repente la punta de una caña que se mueve y se organiza el alboroto.
         Manotazos. Pateos en la orilla, querer sacar el pez, la nasa preparada para depositarlo en el agua enjaulado… y nada, se ha escapado llevándose la lombriz y el anzuelo de regalo.
         Ahora hay que volver a poner el anzuelo y la lombriz, y empieza la lección de turno. El asco que dan las lombrices en general es proverbial, pero no es admisible en alguien que va a ser pescador. La lombriz se coge así, se engancha por la cabeza y lentamente … el alumno empieza a vomitar la cena, porque no le ha dado tiempo a digerir el desayuno.
         Caña al agua para atender al alumno con síntomas de extenuación, y caña que se va flotando al centro del pantano, porque el anzuelo ha sido mordido por un indeseable que no se ha detenido en el momento crítico de la vomitera.
         No pasa nada. El maestro se mete en el pantano con unas botas de agua de caña corta, y se empapa. Se queda aprisionado en el cieno del pantano con las botas llenas de agua, pero ha alcanzado la caña. El gorro con ramas también se ha mojado, y ahora tiene el aspecto de un árbol en noviembre: seco y sin pinta de sobrevivir al invierno.
         Nuevo intento: anzuelo, lombriz que se pincha por la cabeza y cubre el anzuelo hasta … nueva vomitona. El alumno no soporta la función. Le dice al maestro que él quiere pescar con cucharilla. Que es una cosa que sabe manejar y poner y quitar, y que no es un animal que él mata por la cabeza y lo atraviesa a lo largo de un anzuelo, haciéndole sufrir de esa manera, para que, estando vivo, se lo coma un pez.
         No es lugar de cucharilla. Aquí no hay black bass ni trucha. Aquí hay carpa y barbo, y se pescan con lombrices o las habas que te has olvidado en casa. Porque si tú no hubieras olvidado las habas, no estábamos de esta manera.
         Las habas te las habrás dejado tú, porque yo creía que eran para comer en casa hoy. A mí no me ha dicho nadie que hay que traerlas.
         Nueva mirada fulminante que calla las críticas. Tiempo de espera para tratar de pescar algo. Calor, y más calor. Quietud, silencio, cañas inmóviles y los otros, los que se había negado a pisar la orilla desde la primera mirada, habían desaparecido del entorno y estaban metidos en el coche oyendo música.
         El maestro pide agua al alumno, y se la da. El maestro cede a lo de la caña con cucharilla y le monta una corta con carrete y cucharilla para que se aleje de allí e intente pescar, aunque el maestro sabe que es imposible pescar nada con cucharilla, pero por lo menos va a dejarle en paz un rato.
         El alumno lanza la caña como le explica el maestro: siempre el anzuelo de derecha a izquierda, pero tienes que tener cuidado con la fuerza que pretendes tomar para lanzar la caña, porque puedes enganchar el anzuelo en cualquier sitio. No dejes que haya nadie a tu izquierda nunca. Fíjate cuando lances si puedes tener problemas. Mira así se lanza esta caña. Le clavó al alumno, que se había puesto a su izquierda, el anzuelo en la manga de la camiseta. Gritos, bronca, mirada asesina porque el alumno va a lo suyo y no presta atención alguna a lo que está sucediendo en esa operación matutina, que es de imprescindibles conocimientos, para que ese personaje pequeño aprenda a hacer algo en su vida.
         Resoplo. Respiración honda. Se pone el sombrero sin ramajos y vuelve a empezar a enseñar: caña hacia la derecha, sujeta el hilo del carrete para que no se frene y suelta el sedal cuando des el tirón para lanzar. ¿Lo ves? Así de lejos tiene que llegar. Luego poco a poco vas recogiendo la cucharilla y, como no vas a pescar nada, porque aquí con cucharilla no se pesca, aprendes a tirar una y otra vez para que, cuando vayamos a pescar truchas, sepas manejar el carrete sin parar.
         Le pregunta al maestro si puede alejarse de él un poco. Por supuesto y te lo agradezco para evitar problemas, porque casi antes te engancho sin querer. Si se te atasca o tienes problemas, me llamas.
         El maestro se colocó de nuevo en su piedra. Caña larga, lombriz ensartada, lanzamiento y … ¡se me ha enganchado! ¡vaya! No pasa nada. Te ayudo y desenredo.
¿Qué has hecho? No hay forma de desenredar este lío. Voy a cortar aquí y allá, desenganchar este nudo, pero ¿cómo se ha enredado esto? Ve al coche y tráeme un mechero, hay que cortar el hilo quemándolo. No espera, mejor que con el mechero lo corto con la navaja. ¡Vaya lío! Ni hecho a propósito. Se coloca todo de nuevo y vuelta a empezar.
         Se aleja el alumno y le pregunta desde lejos a gritos que qué hace con un pez si lo pesca. Como la mañana estaba terminando, el maestro le dice que se lleve la nasa de él, porque no creía que fueran a pescar ninguno de los dos, pero que si se cansaba creía que debía ir al coche y acercar la cesta con la comida. Que les dijera a los otros que era la hora de comer, y que se acercaran todos al puesto del maestro.
         El alumno prefiere ir a pescar un poco, y ocurre el milagro del principiante. Con la caña y la cucharilla, llena la nasa de peces de un cierto tamaño, black bass que allí no sabía el maestro que hubiera. Emocionado, se pasan las horas recogiendo el producto de la pesca, y cuando vuelve al puesto del maestro, ve que no ha cogido nada.
         De todo se aprende, le dice el maestro, algo humillado. Hace suya la victoria del alumno y se van los dos tan contentos a enseñar el producto de la pesca a los gamberros que pasaron la mañana encerrados en un coche, oyendo música y sin muchas ganas de aprender a pescar.
         El maestro les puso de ejemplo al alumno aventajado como obediente, hábil, con suerte y buena gente. Sin un solo defecto. Además, la cantidad de peces que llevaban, les hacía prometérselas muy felices para asombrar en la casa, donde habitualmente desde las jornadas de pesca sólo llegaban ropas sucias, olor a cieno y mal humor.
         Vamos a comer y a celebrar la pesca. Ellos ya habían comido. Se habían comido todo lo que iba en la cesta preparada. Se habían bebido el agua. No había hielo en la nevera. No quedaba fruta. ¿A qué se habían dedicado esos pescadores?
         A comer, beber y escuchar música.
         El planazo del fin de semana.

Matilde Muro Castillo.

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