4 de mayo de 2020

PROFETAS


UN poco cansada empiezo a estar de los agoreros. De las profecías constantes de nuestra ruina inmediata, de que no vamos a ser capaces de salir con aire de este lío, de que la COVID-19 nos va a matar a todos de varias maneras: dejándonos sin respiración, arruinándonos definitivamente, hundiendo nuestra economía, abandonando a los más débiles, reforzando a las fuertes, asolando los campos, destrozando las ciudades, dejándonos en ridículo frente a potencias extranjeras, sacándonos del mapa en definitiva.
No está siendo fácil, es la verdad, y nos va a quedar mucho por recorrer. ¿Y qué?, me pregunto. ¿Que no nos dan dinero para salir?, pues habrá que trabajar como siempre lo hemos hecho, sin ayuda, sin orden preestablecido, comprendiendo la vida como otros no lo hacen. ¿Qué los holandeses nos odian?, pues ¿qué le vamos a hacer?, no vamos a gustarle a todo el mundo. Esto sería un festival de fuegos artificiales si todos nos quisieran. Los holandeses tampoco son muy queridos por ahí fuera, y no es que yo les desee mal, no, porque además tengo allí a mi familia que tanto quiero, pero si tienen la desgracia de que el mar en un futuro muy lejano se coma lo que le han robado, pues aquí me tendrán siempre para echarles una mano en lo que pueda. España es así.

Alemania no se quiere gastar el dinero en nosotros. A Alemania le gustan los paquetes de viaje de siete días a pensión completa en hoteles de cuatro estrellas, por cien euros total, y sin propinas. Pues ellos verán. Es su forma de ser, y el que le ofrezca esa posibilidad en España, sabrá qué es lo que hace. También es verdad que ellos están acostumbrados a vivir escondidos, cambiarse los nombres, comer sólo sus cosas asalchichadas, y beber cerveza sin control. No me gusta Alemania porque sólo ven la paja en el ojo ajeno, pero si necesitan de España alguna vez, aquí nos tendrán seguro.
No soporto el odio atroz que se tienen los líderes españoles entre ellos. No soporto más la diferencia que han marcado entre la clase política (del Congreso, no municipal, ni provincial), con la población en general. Es inaguantable el odio que destilan las palabras, las miradas, los gestos, las burradas que se sueltan en nombre de no se sabe qué, cuando la población se ha roto los riñones aguantando en pisos de mala muerte para protegernos, a ellos sobre todo.
¿A qué vienen las noticias funestas de que nos caemos no sé cuántos por ciento? El resto del mundo se desploma al mismo ritmo, pero parece que ascienden. ¡Periodistas!, al loro. Ayuden con sus crónicas a levantarnos, suban el ánimo, cuenten verdades completas y no sesgadas, que ustedes también parecen cronistas demoniacos.
Yo miro alrededor y sólo veo silencio, obediencia, iniciativa, gente buena, ayudas por doquier, sorpresa para todos, imaginación para salir cumpliendo normas, alcaldes que se dejan la piel llevando paquetes, cerrando calles para que abran los bares por donde antes pasaban coches... y si abro un periódico o pongo la televisión, sólo me espera el juicio final.
¡Me tienen hasta el moño, profetas del mal!



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