23 de abril de 2020

EL INFORME


                                                                                                            A mi pandilla Clot Manzanares.


En la sala de fumar del hotel Carlton se reunieron lo más granado de la sociedad intelectual londinense. Se había desatado una discusión tremenda acerca de la autenticidad de unos documentos encontrados por la Señora Christie en la excursión que realizó con su marido a Egipto y donde decidió permanecer el tiempo suficiente como para asegurarse de que esos impresos eran veraces y que la información que contenían, podían llegar a cambiar el rumbo de la historia.
            De todos era sabida la sagacidad de la Sra. Christie a la hora de resolver entuertos, pero más aún, todos conocían la cultura que recibió de niña cuando, por razones familiares, cursó estudios en El Cairo, de la mano de profesores particulares a raíz de la necesidad de vivir allí cuando el padre tuvo grandes negocios con las fábricas de tejidos de algodón egipcios, falleciendo allí y, de manos de su madre, reinventar una nueva vida ante la imposibilidad de viajar a Inglaterra de manera inmediata. Conocía profundamente ese mundo de los hallazgos insólitos egipcios, manipulaciones, compra ventas irregulares, muertes inesperadas y fugas de elementos patrimoniales con destino sólo conocido cuando aparecían expuestas, de lo que se deducía que, cuando menos, las noticias de hallazgos convenía ponerlas en suspense.
            Al parecer, en los documentos figuraba que el tal Caballero de la Mancha, no había sido un invento de Miguel de Cervantes, sino que se trataba de la traslación, adobada con ciertos tintes de la época, del libro de las escrituras de Juan de Nepomuceno, Obispo que viajó a caballo a la búsqueda del Santo Grial y venerado de forma sorpresiva en la ciudad de Praga.
            Tal barbaridad encrespó a los presentes, que se debatían durante años entre la importancia de Shakespeare frente a Cervantes. De cómo la vida se veía de distintas formas en uno y otro lado del Canal de la Mancha.
Shakespeare hablaba del amor en todos sus aspectos, de cómo la vida era objeto de pensamiento filosófico, cómo Shakespeare había heredado el saber griego, el gusto por la belleza, la armonía de los sentimientos, la plasmación de la realidad del alma humana que nos traslada a mundos de ensueño, sin soltar la liana de la verdad a la que la vida no puede dejar de estar amarrada. La historia, el pensamiento de los reyes, de los gobernantes filósofos, la esencia del poder en definitiva, que nunca debe amarrarse por escritos, sino por el sentimiento. Esa forma de ser inglesa, tan suya.
            Otros caballeros allí presentes, creyeron que el tomar la vida con la sorna y el desparpajo que manifestaba el Caballero de la Mancha, de la mano de las ocurrencias libertinas, soeces, carnavalescas muchas veces, y las más de ellas funambulescas de Miguel de Cervantes, era del mayor agrado de los lectores. Ya se sabe que al pueblo lo que le gusta es la diversión, no pensar, que se lo den todo triturado. Al caballero andante se le daba el amor por hecho. No tuvo que luchar para conseguir la esencia. El amor es el que imaginó y le costaba risas, bromas, engaños, trueques y malentendidos. Nada en esa cabeza giraba según lo establecido, y la tozudez por conseguir los favores de la Dulcinea poco tenían que ver con la realidad de situaciones en la que un hombre loco y viejo puede conseguir los favores de una joven de buen ver.
            En medio de estas conversaciones, había que llegar a saber si la novela de Cervantes fue un plagio o no. Inglaterra no iba a consentir que Shakespeare quedara como un autor meloso, angelical, caballero del bien y conocido como El Bardo, cuando se trataba de una gloria nacional. Su lenguaje, la creación de personajes, que haya llevado los sentimientos al escenario, que una nube de filosofía pueble todos sus escritos, no puede quedarse al albur de un posible hallazgo de la Sra. Christie.
            Decidieron que se le daban a la dama tres años para investigar los documentos. Ella podría hacer los viajes que quisiera, las averiguaciones que considerara oportunas y los gastos que necesitara, porque el nombre de Inglaterra estaba en jaque y nunca se perdonarían no haber dejado las cosas claras.
            La Sra. Christie salió confortada de aquella reunión. Emprendió una monumental tarea de investigación, que nunca le resultó pesada, ya que el manejo de documentos, la visita a bibliotecas públicas y privadas, las charlas con personajes de enorme enjundia intelectual y lo agradable de los ambientes en los que se movía, no parecían pesarle el pasar de la vida.
            Compró por segunda vez en su vida el coche de sus sueños, con el que en un momento fatal de su primer matrimonio sufrió un accidente, un Morgan descapotable de color verde oscuro que le permitía conducir a gran velocidad para susto de sus acompañantes y de su fiel chófer, al que siempre llevaba sentado a su lado, y se hizo con una máquina de escribir Remington, americana de último modelo, donde iba poniendo orden a aquel lío de informes que recibía por doquier.
            Lo primero que se planteó fue la coincidencia de que aquel caballero de La Mancha se llamara igual que el Canal que separaba al mundo de Inglaterra: Canal de la Mancha, Quijote de la Mancha. Eso le resultó digno de estudio, sin llegar a conclusión alguna. Luego comprobó que el asunto de ir los dos a caballo, don Rodrigo Díaz de Vivar y el Obispo Nepomuceno, no era cosa a tener en cuenta. Aquellas épocas era el único modo de trasladarse, cuando no con camellos, avestruces, carruajes o carretas. Más tarde comprobó que la idea de ir a buscar un ideal infinito como el Santo Grial o la conquista del mundo inexistente, tampoco resultaba insólito.
            Shakespeare. Ese ídolo de Mark Twain, desconocido hasta que lo puso en boga el escritor de historias de huérfanos o sociedades de bajos fondos, ese Shakespeare si resultaba emocionante cómo manejaba las palabras, pero su aspecto, la pinta de Bardo que se reflejaba en el cuadro que decía de él ser esa eminencia sin historia propia, sin haber vivido lo de don Miguel de Cervantes, esas obras suyas de teatro, siempre teatro … no eran de su gusto, pero jamás diría nada en contra de lo mejor que ha tenido nunca Inglaterra.
            La señora Christie prefería al autor de Don Quijote de la Mancha, porque su obra tenía que ver son su vida. Había preguntado, leído e investigado. Había sabido de sus guerras, batallas contra el turco, la pérdida de una mano, el oficio de recaudador, haber escrito novelas, teatro y poesía estableciendo duelos de rimas con un tal Lope. Viajero, erudito de la vida y lisonjero. Cervantes se rió de todo y de todos, y eso es muy de agradecer.
            Cervantes no copió nada de nadie. Cervantes se asomó a la ventana de su vida y tal como la vio la escribió. Ese Don Miguel fue un mago de la imaginación.
            Decidido. Redacto el documento antes de que transcurran los tres años de trabajo que me han dado, y asunto concluido.
            Se convocó a la academia correspondiente, y en el mismo salón en el que se produjo el encargo, se inició la sesión con la lectura del informe acerca del posible plagio de Don Quijote de la Mancha por parte de Don Miguel de Cervantes sobre la obra del Obispo Juan Nepomuceno “Escrituras y Santo Grial”
           
La señora Ágatha Christie, encargada por el distinguido colegio de eruditos de Londres para informar acerca de la posible copia del libro “Don Quijote de la Mancha” del que figura como autor Don Miguel de Cervantes Saavedra, de nacionalidad española, tomando como referente a la obra “Escrituras y Santo Grial” del Obispo Juan Nepomuceno, manifiesto que:
Tras dos años de estudios incansables, visitando bibliotecas públicas y privadas, archivos de monasterios, oficiales, secretos y públicos, he llegado a la conclusión de que la obra “Don Quijote de la Mancha” es original y que no copia a ninguna otra obra aparecida hasta ese momento.
Que dicha obra debe de ser considerada cumbre de la literatura universal, y que cualquier comparación con las obras de nuestro autor William Shakespeare, conocido como “El Bardo” no resiste la más mínima discusión, porque en la primera se introduce el humor como pieza fundamental de la Literatura, la imaginación, poder viajar con los libros en la mano, se elimina el sufrimiento, se coloca el amor en el lugar que procede sin pérdidas del sentido y mezclando la carne y el espíritu como receta para quererse, y se respeta al distinto y al inferior, proporcionándole reinos en Barataria, generosidad y amplitud de miras que “al Bardo” nunca se le hubieran ocurrido.
Aunque pudiera seguir poniendo en valor la obra española, creo que tiempo hay para recibir sus sugerencias por escrito.
He dicho y firmo”.
            El silencio fue brutal. Uno de los asistentes aplaudió y siguieron todos los demás. No sabían qué decir. No supieron reaccionar. Entonces el presidente del círculo académico dijo:
-       Señora Christie, ¿qué nos recomienda que hagamos con su informe?
-       Lean Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, y volvemos a hablar.
Cogió su bolso de mano, retiró los papeles del atril y salió del salón en medio de un silencio sepulcral.
            Fuera la esperaba Sancho, el chófer.

Matilde Muro Castillo.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Siempre nos quedará Cervantes.

Unknown dijo...

Me remites a " Muerte en el Nilo" tan maravillosa.

Otracarola dijo...

Qué lista doña Agatha