13 de abril de 2020

EXTRATERRESTRES





-       ¡ Hola! Perdona, no te pude llamar ayer. Ya ves, como si tuviera cosas que hacer, pero el día se fue a la porra sin darme cuenta. Cuando vi la hora pensé que no era decente llamarte.
-       Pero ¿qué dices?, estuve esperando hasta la una leyendo en la cama. Pero bueno, no pasa nada.
-       ¿Cómo estás?
-       Muy bien. Encerrada como todos, pero leyendo el libro que me has mandado, que me tiene emocionada. No lo dejo aunque me canse.
-       ¿Qué te parece que ahora dicen que se nos acerca un meteorito o algo así y que va a pasar rozando la tierra?
-       Pues es lo que nos faltaba. ¿Te he contado que yo tuve un encuentro con extraterrestres?
-       No. Cuéntamelo por favor.
-       Iba con mi amiga Celia a comprar cerámica por a carretera de Sevilla a Écija. Habían descubierto en Écija un yacimiento romano de un alfar que conservaba los hornos y las estancias de venta de los cacharros con suelos de mosaicos maravillosos. Le habían mandado a Santiago las fotografías y decidimos ir las dos antes de que llegaran los maridos la semana siguiente. Nos fuimos en mi coche, el Jeep familiar que tenía para poder cargar la cerámica que íbamos a comprar antes, y salimos desde Sevilla un lunes a las doce de la mañana. Un día maravilloso de sol y cielo limpio. En el coche lo comentamos Celia y yo, lo hermoso del día y de repente, sin saber qué había pasado, una niebla cubrió el camino y el coche se quedó en la cuneta. ¡Huy! Qué niebla – dijo Celia - ¡qué raro!,con lo bonito que estaba el día. Intenté salir de la cuneta y cuando voy a tocar la palanca de cambio, no se movía.
-       ¿Pero os había pasado algo? ¿Cómo saliste de la cuneta?
-       Nada. No nos había pasado nada, y el coche se fue a la cuneta por su cuenta en el momento en que la niebla lo cubrió todo.
-       ¿Y entonces?
-       Pues entonces llamamos a la Guardia Civil. Llegó una pareja de guardias en un coche y preguntaron qué había pasado. Celia les dijo que la niebla había cubierto la carretera … y los guardias se miraron entre ellos. Con una cara de sorpresa e incredulidad, se encogieron de hombros y dijeron: “la niebla, sí, la niebla”.
-       Les aseguro que había niebla de repente – confirmó Celia.
-       ¿De repente?
-       Sí, de repente. Lo vimos las dos. ¿a que sí?
-       Si, si. Fue de repente, señores guardias. Hacía un día estupendo, pero de repente la niebla y me vi en la cuneta.
-       ¿Ustedes han bebido algo?
-       Si. Un café para desayunar – contestó Celia.
-       En el hotel en el que estamos hospedadas en Sevilla – aclaré yo.
-       ¿Y qué os dijeron los guardias? – pregunto yo.
-       Que levantara la tapa del capó del coche para que miraran qué había pasado, antes de que llegara la grúa para sacarlo de la cuneta. Con mucha dificultad lo abrí, porque no sabía ni cómo se manejaba la tapa. Nunca la había abierto. Se tiraba de una palanca que había debajo del volante y el guardia lo abrió para mirar el motor. Y de repente me gritó: “señora, ¿pero qué ha hecho?, ¿pero usted sabe lo que le ha hecho al coche?, ¿pero usted sabe conducir? Bajé del coche y miré dentro del motor, como si entendiera algo, y me pareció que todo estaba en orden.
-       ¿Qué le pasa? – pregunto al guardia.
-       ¿Cómo que qué le pasa? ¿No está viendo que está derretida la caja de cambios?
-       ¿La qué?
-       La caja de cambios, señora. Es brutal. ¡Qué avería por dios! Nunca había visto una cosa igual. Tiene que llamar a una grúa.
Nos dispusimos a llamar. Yo me quedé en el coche y Celia se fue con los guardias civiles al pueblo más cercano a llamar a un taller, con los papeles del seguro. Tardaron casi tres horas en llegar. Celia venía agotada de tanto lío, y además hacía un calor enorme. El mecánico se asomó al motor y gritó:
-       ¿Pero qué ha hecho señora? ¿Pero qué ha hecho? ¿Pero usted sabe qué avería ha provocado?
-       ¿Yo?, ¿yo? Mire señor. Yo no he hecho nada. Pero nada. Estoy harta de que me digan que yo he averiado el coche.
-       No. ¡He sido yo! - Me contestó el mecánico descarado – Me llevo el coche y a ustedes a Sevilla si quieren. El arreglo va a costar, además de mucho dinero, tiempo hasta que me llega la caja de cambios. Este coche es americano y tengo que pedir los repuestos.
-       Muy bien. Haga usted lo que quiera y pueda. Llévenos a Sevilla y ya veremos qué hacemos, pero no vuelva a repetirme que yo he provocado una avería, por favor.
-       De acuerdo, pero este disparate no se hace solo.
-       Pues muy bien. Llévenos a Sevilla y se acabaron las conversaciones.
Cuando llegamos al hotel, el dueño nos preguntó qué había pasado, porque no nos esperaban hasta el jueves. Le comenté que se nos había averiado el coche y que tuvimos que volver. Que de repente se nos echó una niebla encima y que el coche se paró en una cuneta sin que yo pudiera hacer nada.
-       ¿Por dónde iban?
-       A Écija. Íbamos a comprar cacharros de barro a La Campana y luego a Écija.
-       Esos han sido los marcianos – dijo muy convencido.
-       ¿Los marcianos? – dijo Celia - ¿qué marcianos?
-       Pues los marcianos, los extraterrestres. Están recios y enfadados hace unos meses. Han pasado muchos de esos accidentes por allí. De día se hace de noche de repente, y tiran los coches, los ponen patas arriba, los incendian … una barbaridad, pero no podemos hacer nada. Si me llegan a decir que iban a Écija, les aviso.
-       Como puedes imaginar, aquello era una locura. ¡Los marcianos y extraterrestres! Imposible razonar nada ante ese argumento. Cuando Santiago llamó le conté lo que había pasado y a él, que todo le daba lo mismo, le pareció de lo más natural. Le molestó no poder bajar a Sevilla porque nosotras nos íbamos de vuelta en tren, pero poco más.
A los dos meses,  me llamaron desde Sevilla para decir que ya podía recoger el coche. Nos fuimos Santiago y yo, lo recogimos y nos volvimos a Madrid.
      El mecánico hizo mucho hincapié en que guardara la pieza de la caja de cambios derretida, porque era algo increíble, y que como era tan raro, igual lo pagaba el seguro.
Como Santiago conocía a medio mundo, contó la historia a uno que conocía que trabajaba en Maspalomas. Vino a casa a ver aquella cosa y se quedó alucinado. Lo dibujó, lo tocó, lo miró, lo fotografió y me pidió permiso para volver a casa con unos compañeros a ver aquella cosa. No me importaba en principio, la verdad. Empezaron a llegar una y mil veces a cualquier hora. Dos compañeros, uno, analizaban, raspaban la cosa, la tocaban, la analizaban, la miraban … y yo venga a poner cafés, vinos, cervezas … lo que se terciara según la hora en la que se hiciera la visita.
Aquello empezó a tomar unas proporciones insólitas. Querían sacarlo en la prensa, hablar de la presencia de marcianos en la carretera de Sevilla a Écija, que allí se aparecían naves espaciales, que eran agresivos y que lo que me había pasado era un ataque de extraterrestres. Que el ingeniero de Maspalomas había hecho no sé qué análisis y encontró restos de algo extraño.
A Santiago todo le parecía interesante. Les preguntaba como si entendiera del espacio sideral, les hablaba de los misterios de Azca y ellos alucinaban. Allí se empezaron a formar unas tertulias impresionantes en torno a esos hierros retorcidos que conservaban una barra que en todo lo alto tenía una bola roja, la de la palanca de cambios, que mi hijo había cambiado por la original.
-       ¿Pero qué hiciste?
-       Una mañana Santiago me dijo que venían otros a ver la chatarra, y le dije que no era posible.
-       ¿Porqué?
-       Porque anoche la tiré a la basura. Cuando salí a llevar la bolsa al contenedor, me llevé la otra bolsa y esta historia se acabó.
-       ¿Pero qué has hecho?
-       ¿Yo?, ¿Qué qué he hecho yo? Siempre yo. Yo he roto el coche, yo he llamado a los extraterrestres, yo he dado de comer a todo Maspalomas, yo he dado café a medio Madrid, yo he dado cerveza al otro medio. ¡Se acabó! Si queréis reuniros de nuevo a examinar esa birria, vais al vertedero correspondiente y allí seguís consultando lo que os apetezca, y cada uno se paga su consumición.
-       ¿Y? – pregunté
-       Nada. Esa es mi historia con los extraterrestres. Pensé que te la había contado y lo habías olvidado.
-       ¿Olvidado una cosa así?
-       Si. Tampoco tiene tanta importancia.
-       Si tú lo dices … te dejo, que es tardísimo y no he sacado a la perra. Hasta mañana. Te quiero.

Matilde Muro Castillo.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Que arte tienes

Susana dijo...

Bravo querida, como disfruto tus textos

Otracarola dijo...

Jajaja. Lo de los extraterrestres, no sé yo, pero lo de dar de comer y beber a todo el mundo me suena muchísimo.
Mil besos querida confinadita

M.R.C. dijo...

Jajajajajaja, me ha encantado.Besos desde la desembocadura del Guadalquivir

Unknown dijo...

Muy divertido, Matilde.
Besos desde Badajoz.