21 de abril de 2020

¡NOS VAMOS DE BODA!






            Llegó al trabajo a la hora en punto, se comió el churro a la hora en punto, se levantó de la mesa a la hora en punto y dio los diez paseos alrededor de la mesa todos los días a la hora en punto.
            Se aproximó a la ventana a la hora en la que sabía que llegaba el cartero a entregarle la posible correspondencia, alargó la mano por la trampilla y, sin cruzar palabra alguna con ese hombre disfrazado entre sereno y portero de finca urbana, recogió las cartas.
            Una era para él. Personal. Con timbre del Estado. Una autoridad le escribía. El corazón empezó a latir con tal fuerza, que se puso rojo y, en contra de lo habitual, se sentó en la mesa, respiró hondo y abrió la carta con la espada de Toledo que su padre, previo ocupante del cochambroso puesto, había dejado como recuerdo imborrable de magnas acciones injustificables, en forma de abrecartas.
            “Juan de Altosmares y Portezuelo, marqués de la Cochinilla, y Maruja Entrambasaguas y Salgopoco, Condesa de los Tormentos, tiene el honor de invitarle a Vd. al enlace matrimonial de sus hijos Borja y Chumina, que tendrá lugar en la Catedral de Altamar, y al banquete que se celebrará en nuestra finca Los Manducones de la provincia.
            Se ruega confirmación de asistencia y número de los asistentes.
            Se ruega chaqué para los hombres y traje largo para las mujeres.
            Acompañamos plano para llegar a la finca.”
Casi se muere. ¡Por fin!, alguien contaba con él. Ha pasado de los fondos miserables a los bajos fondos. Ha dejado de ser el sirviente para pasar a ser el invitado. Ahí estaba él, el importante, el que complicaba la vida a los demás, pero de buena manera. El que maltrataba a su mujer, pero en silencio, el que no permitía un hueco en su vida íntima, porque se abrirían escapes que a nadie le interesaba conocer. Era un hombre. Por fin era un hombre.
-       ¡Celina! – entró gritando en casa - ¡nos vamos de boda!
-       ¿De quién?
-       De la de los hijos del Marqués de Cochinilla, de Don Juan. ¡Por fin! ¿Te das cuenta de la importancia que tengo?, mira. Nos han invitado. Vamos a la boda. Cómprate lo que quieras, yo me hago un chaqué a medida y hacemos un buen regalo. Que no se olviden de nosotros.
-       Como quieras. No conozco a ese Don Juan, pero si quieres, vamos
-       ¡Cómo que si quiero! ¡Es una orden! Es como si me hubieran puesto una medalla. ¿Pero no te das cuenta del honor que es esto para nosotros?
-       Bueno. Si tú lo dices, vamos.
Pasaron dos meses de una excitación que le pudo costar la vida. Chaqué a medida, zapatos, tirantes, repaso del plano una y mil veces, enseñó la tarjeta a todo el que se le acercaba y los que se juntaban con él media hora por la tarde, una hora y media los sábados y tres horas los domingos, esperaban con emoción aquel sábado en el que se celebraba la ceremonia.
            Llegó el sábado. Estaban los dos situados en la catedral, en los últimos bancos en los que aparecía su nombre, hizo fotos con el móvil de su nombre y cuando la ceremonia terminó, salieron camino de la finca.
-       ¡Qué bonito todo!, ¡cuántas flores!, ¡qué preciosidad de música!, ¡qué elegancia de todos! ¿Has visto cómo ha movido Don Juan la cabeza arriba y abajo cuando me ha visto? Esto es grande. Cuando lo cuente y enseñe las fotografías del banco con nuestro nombre, no lo van a creer.
Bajaron del coche en el aparcamiento que estaba ordenado en la finca. En la parte alta la casa, al fondo, y había que pasar por un arco de flores en medio del camino de tierra antes de llegar.
Los terneros negros, las vacas, las encinas, a lo lejos ovejas en sus apriscos, otras sueltas y los perros sujetos por el pastor, evitando que se fueran a los coches porque se inquietaban ante la presencia de tanta gente.
-       Celina, vamos a darnos prisa para que los perros no se nos acerquen. No me gustan los perros y esos mastines menos.
-       No te preocupes. No hacen nada. Como comprenderás no van a tenerlos por aquí si fueran un peligro.
-       Ya lo sé, pero lo mejor es que nos vayamos acercando lo antes posible y pasemos por el arco, porque me veo yo más seguro.
-       Pero si son preciosos. Mira qué dos cachorros se acercan. ¡Qué cosa más bonita de animales! Parecen dos leoncitos preciosos.
-       ¡Date prisa por favor!, ¡déjate de los leoncitos ni de nada!, ¡date prisa! Se me ha acercado uno de los cachorros y me ha olido los zapatos. ¡Corre!
-       Pero ¿qué te pasa? Yo no puedo correr con estos tacones. No puedo. Tengo que ir andando. Tienen quince centímetros.
-       Celina. ¡Vámonos a casa!
-       ¿Por qué? Me quito los zapatos, me los quito y corro por el campo.
-       No. Nos vamos a casa ahora mismo.
-       ¿Pero qué te pasa?
-       Que me he cagao encima.


Matilde Muro Castillo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Tiene guasa!