16 de abril de 2020

VIAJAR



                                                                                                                   A mi tía Ana.

Por fin había conseguido llegar al aeropuerto. No parecía posible pensar que iba a descansar, después de más de cuatro años de una actividad frenética. Leía a trompicones, dormía mal y muy poco, comía lo que veía en el momento y el ordenador se transformó en mi única ventana por la que se suponía que contemplaba el exterior.
         Papeles, conferencias, reuniones, informes, contratos, despidos, compras de materiales, plazos, incumplimientos, demandas, juicios … una locura que me estaba consumiendo de tal forma que, cuando una mañana al entrar en la oficina me preguntaron si me encontraba bien, decidí frenar.
         Todo de repente lo he paralizado. He buscado una isla (terrenos a los que les tengo poca simpatía por la inseguridad que me producen), y me dispongo a despegar, a pasar una semana de descanso total: nada de móviles, ordenador, reloj ni nada parecido. Hay pronosticado buen tiempo y con una maleta de cabina donde van mis cosas de aseo personal, mudas y poco más, me dispongo a disfrutar de algo con lo que sueño permanentemente: el silencio más absoluto y perderme en el tiempo.
         Una vez sentada en el avión, en la ventanilla para que no me molesten, me pongo los auriculares para evitar el ruido, abro la mesita y me dispongo a hacer uno de los crucigramas, de los que me he traído la última temporada, de Jordi Fortuny el crucigramista de La Vanguardia, la única persona del mundo a la que autorizaría que escribiera mi epitafio.
-       ¡Hola! – me dice de repente mi compañera de vuelo, que acaba de llegar - ¿me puede coger un momento el bolso hasta que coloco la maleta arriba?
-       ¡Hola! – le respondo quitándome los auriculares – si, sí le sujeto el bolso. No se preocupe.
-       ¿Va de viaje?
-       ¿Quién?
-       Usted. Que si va usted de viaje.
Respiro hondo antes de contestar. Hago un recorrido mental inmediato por el entorno, porque no que quiero levantar para indicarle que estamos en la tripa de un avión que va a despegar, y cuando ya no tengo aire en el esternón le contesto:
-       Si. Voy de viaje.
-       ¿Va a la isla?
-       ¡Claro! El avión sólo va a la isla. No hay otro destino.
-       Perdone, no se moleste. Era por hablar.
-       No me molesta para nada – digo por decir.
Trato de mantenerme en silencio, me coloco de nuevo los auriculares y extiendo en la mesita la página recortada del periódico para empezar con el crucigrama.
-       Perdone, me dice tocándome el codo.
-       Dígame – respondo quitándome los auriculares.
-       ¿Han repartido la prensa? No lo entiendo. No la he visto a la entrada. He llegado un poco tarde, pero no he visto a nadie con periódicos.
-       No. La hoja del periódico es mía. Es para hacer el crucigrama mientras dura el vuelo.
-       Le va a dar tiempo. Un crucigrama se hace enseguida. Eso dicen, yo nunca los he hecho porque no sirven para nada.
-       A mí me gustan. Hace mucho que no me pongo a ellos, pero me gustan.
-       Pues podría dedicarse a otra cosa. Digo yo que habrá aficiones más productivas. Mire, por ejemplo yo hago ganchillo. Llevo toda la vida haciendo cosas de ganchillo. A mis hijos, para mi casa, mis nietos, mis vecinos… no sigo porque me enredo. Por cierto señora, ¿me haría un favor?
-       ¿Qué favor?, ¿ahora?, ¿aquí?
-       Si.
-       ¿Qué quiere?
-       Que me cambie el asiento. Es la primera vez que voy a la isla, y me gustaría ir en la ventanilla.
-       ¿Cómo dice?, ¿que le cambie el asiento ahora?, ¿que nos movamos antes de despegar y nos cambiemos de sitio?
-       Si. Pero si le es mucha molestia, nada. Lo dejamos. Como es la primera vez que voy a la isla, me gustaría ver desde el aire cómo nos caemos. Bueno, no que nos caemos, sino cómo bajamos y eso.
-       Es que mi asiento es éste. Lo pone en mi billete el número, y no creo que sea posible cambiar.
-       Sí es posible. Pero si usted no quiere, no pasa nada. Tengo la ilusión de ver caer el avión, de ver cómo nos acercamos al agua, de ver cómo nos acercamos a la tierra, y de poder contárselo luego a mi hija lo buena que ha sido usted que me ha dejado el asiento porque le da lo mismo, y que usted tiene pinta de haber viajado mucho porque se trae su periódico, se tapa los oídos para no oír los ruidos y que además ha venido usted con la hora justa para no molestarme a mí, en el caso de que yo hubiera llegado antes.
-       ¡Si! Le dejo el asiento. Siéntese en la ventana y mire por ella todo el rato, mientras yo intento hacer el crucigrama en silencio.
-       ¿Ve? Si es usted estupenda, Por favor, si no tiene frío no abra la manta esa que está envuelta en la bolsa de plástico. Si tiene frío, nada, la usa, pero si no me la guarda en mi bolso porque me la voy a llevar. Me gusta mucho.
-       Señora, esa manta no se la puede llevar. Es de la compañía aérea. No importa que haga frío o no, pero no se la puede llevar en su bolso.
-       ¿¡Ah! no? Pues entonces le tengo que pedir otro favor, que la guarde usted en su bolso y luego, cuando hayamos salido del avión, me la da.
Aún me atraganto pensando en el momento. Le dejé la ventanilla, y sin empacho me guardó la manta en mi mochila, que estaba debajo del que era mi asiento y ella se apropió.
Despegamos y me coloqué de nuevo los auriculares, extendí la mesita y me dispuse a hacer mi crucigrama soñado.
-       Perdone – volvió a golpetearme el codo – no quiero molestar, pero ¿a usted no le dan miedo los aviones? Va usted tan tranquila, como si fueran su casa, lo conoce todo, toca todos los botones y le funcionan, no llama para nada a la azafata y además lee y escribe sin marearse. Mi marido quiso que yo aprendiera a leer dentro del coche cuando íbamos de viaje juntos, pero no lo conseguí. Me mareaba de tal forma que teníamos que hacer noche en el primer pueblo que encontrábamos al paso. ¡No se puede imaginar qué viajes más largos! Ahora todo es más rápido y mejor. Él dice que conmigo ni con nadie viaja en avión, pero lo que yo le digo, si la niña y los nietos viven en la isla, no vamos a ir nadando y me ha sacado este billete de avión para que venga, pero usted es que va tan tranquila. Por cierto ¿ha terminado ya el crucigrama?
La miré fijamente y no contesté. Con una lentitud pasmosa cerré la hoja de La Vanguardia, guardé mi bolígrafo, coloqué los auriculares en su caja con mucho cuidado, crucé las piernas inclinándome hacia ella y entonces le pregunté:
-       ¿Cómo se llaman su hija y sus nietos?



Matilde Muro Castillo

4 comentarios:

Unknown dijo...

Con lo bueno que era el crucigrama!

Susana dijo...

Linda¡¡¡¡

Unknown dijo...

Me ha encantado!

Unknown dijo...

Estupendo,te aplaudo!