28 de abril de 2020

ENTREVISTAS


Micrófonos USB: nueve opciones para montar tu propio podcast con ...
(Foto de Apple esfera. Internet)


La necesidad obliga. Piluca había terminado la carrera en Septiembre, estaba haciendo prácticas en televisión, sin cobrar y partiéndose el alma hasta atando cables, limpiando mesas, tirando la basura que se acumulaba en la mesa de las redacciones sucesivas por las que iba pasando, tiraba los vasos de papel … en fin, tareas propias de un periodista que ha sido la número uno en su promoción y que está convencida de que va a despegar con soltura.
            Llegó la pandemia y mira por dónde, se transformó en imprescindible. Una mañana, de madrugada casi, cuando se presentó en la puerta de las oficinas, había una orden para ella de que se presentara ante el jefe de redacción de forma inmediata.
-       Piluca, te vas a la calle a hacer entrevistas. Aquí tienes a Ramón, el cámara y del sonido y del guión te ocupas tú. Necesito para el informativo de las doce que estén preparadas las primeras siete entrevistas. Ramón me avisará y entras en directo a partir de las once y media.
Las piernas empezaron a temblarle y el primer impulso fue decir “yo no sé”,
Pero cuando quiso abrir la boca ya estaba fuera del despacho. Ramón había tirado del brazo y le dijo “nos vamos”.
            En el ascensor le colocó, sin mediar palabra, la petaca de sonido, le dijo que se enganchara el micrófono donde no se viera y comprobara dónde estaba el interruptor.   Salieron con el coche como si no hubiera un mañana, y a las afueras de la ciudad, pararon y ahí estaba la primera persona a la que podía entrevistar: un policía municipal.
-       Buenos días. Para Cadena Concéntrica. ¿Cómo va el día?
-       Bien. Acaba de empezar. No preveo nada bueno. Vigilo y espero a que detectar comportamientos inadecuados. ¡A sus órdenes!
-       Gracias. ¿Cuántas multas pone al día?
-       No las cuento. ¡A sus órdenes!
-       ¿Hay mucha delincuencia en estos días?
-       La misma de siempre ¡A sus órdenes!
Ante aquella cantinela de la autoridad, Ramón le hizo gestos de cortar y
ahí quedó la primera entrevista.
-       Buenos días señora. Para Cadena Concéntrica. ¿Va a trabajar?
-       Si.
-       ¿A qué se dedica?
-       A trabajar en una casa cuidando a un matrimonio. Ni me tienen dada de alta, ni me pagan lo que dice la ley, ni me dan vacaciones, ni me dan extraordinarias. ¿Qué hago? Como usted gana sus buenas perritas, sabe lo que es vivir como una princesa, no hay más que verla.
-       Pero usted eso lo puede denunciar.
-       Si, ya. Denunciar. Con un abogado, que me cobra, que me denuncia él a mí, que me ponen en la frontera, porque dinero para darme papeles no hay, pero dinero para sacarme un billete de avión si. ¡Denuncie usted señorita!
Ramón volvió a hacerle gestos de cortar. Se despidió de la entrevistada y Ramón
dio marcha atrás a la grabación para intentar la siguiente.
-       ¡Hola!, ¿podría hacerle unas preguntas para Cadena Concéntrica?
-       Si. Encantado. Voy a pasear a mi perro. Estoy muy contento con él. Mire usted. Es de una raza especial. Le he dedicado mucho tiempo a su educación. Mire qué cosas sabe hacer: ¡Ronco salta!, ¡Ronco voltereta!, ¡Ronco saluda!, ¡Ronco muerto!, ¡Ronco da la mano!, ¡Ronco túmbate!...
Aquello se transformó en una verdadera locura circense, que a Ramón le encantaba y creyó que podría ser la distracción necesaria para un noticiario que, desde hacía doce días, sólo hablaba de muertos e insolidarios. Le hizo gestos a Piluca para que continuara con la entrevista, aunque ella no estaba segura de que aquello al jefe fuera a darle mucho juego. Ahí empezó la lucha. Piluca cortó dándole las gracias al amo del perro y Ramón se enfureció ante la prepotencia de la jovencita.
-       Lo que nos faltaba era un informativo de amaestradores de perros, ¿no lo comprendes?
-       Pues no. Llevo en la cadena más de veinte años y sé lo que le gusta a la gente y lo que no, y tú acabas de entrar, pero si quieres que se haga lo que tú dices, adelante, Grabo en silencio tus entrevistas y luego que el jefe decida. Lo que los viejos decimos, no vale para nada ante los nuevos millenials o lo que sea que os llamáis, pero para mí sois unos ignorantes. Yo, con que salga la imagen y el sonido (que deberías hacerlo tú, por cierto, y te ayudo sin protestar), tengo bastante.
-       De acuerdo. Entrevistaremos a quien yo diga.
Se dirigió a una mujer que estaba levantando la persiana de la tienda y que, al verla acercarse micrófono en mano, bajó de forma fulminante la persiana.
-       ¿Porqué ha cerrado al verme?
-       Porque no se puede abrir, y no quiero que me saque en la televisión. Tengo una tienda de animales y plantas y vengo a darles de comer y a regar, pero no me fío de la televisión.
-       Nosotros somos honrados y nos limitamos a enseñar qué es lo que pasa.
-       Sí. Ya. Usted se limitará a enseñar y luego otros se limitan a interpretar. Por favor, aléjense de aquí y no me graben nada. No quiero ser entrevistada para nada. No quiero y si no quiero ustedes no pueden.
Miró a Ramón consultando qué hacer, y él se encogió de hombros dejándola hacer. Ella se vino arriba y siguió intentando hacer que la mujer hablara. La señora dijo que no una y mil veces. Recogió el cubo y la bolsa que había dejado en el suelo, y se subió al coche en el que había llegado, dejándolos allí esperando a la nueva víctima.
Pasaban los minutos y allí no aparecía un alma. Mucho cántico de pájaros, coches a cuentagotas, una furgoneta de reparto y … nadie más.
-       ¿Qué hacemos?, preguntó a Ramón.
-       Lo que tú digas.
-       Pero ayúdame. Es la primera vez que salgo a trabajar a la calle y no sé qué hacer.
-       ¿Cómo que no sabes? Pero si has estudiado en una universidad del pim, pam, pum. Conoces como nadie la ciudad, según dices, te mueves en ambientes exquisitos y de mucho renombre, eres lo más importante de la vida, no se te puede decir nada de lo que hay que conocer, de lo que de verdad a las personas interesa en estos momentos, eres tú la que te empeñas en ir a las puertas de los supermercados a preguntar qué llevan en la cesta, si se les ha muerto alguien o si quieren que esto pase. ¡Venga ya por dios! ¿Qué preguntas son esas?, y lo que es peor, ¿qué respuestas esperas a esas payasadas? ¿tú te quieres labrar un camino en la televisión?, ¿tú quieres ser periodista? Pues vive, mira a tu alrededor, acepta que hay cosas impresionantes que nadie ve. Mira a los ojos de la gente, deja de dar lecciones de lo que tienen o no que hacer y lo que es fundamental, deja de llorar porque no sirve de nada, por lo menos para mí. Ahora vamos donde digas y lo que digas hacemos. Tenemos dos horas para cinco entrevistas, y te comunico que los parques están cerrados, no hay posibilidad de entrar en bibliotecas, museos, salas de exposiciones o restaurante ni bares. Que sólo hay calle, barriadas donde la gente vive hacinada y no pueden respetar el confinamiento y el riesgo es enorme para gente como tú, que vive en otro mundo ideal.
-       Entonces vámonos a la plaza mayor, porque seguro que allí hay gente a la que entrevistar.
-       Como quieras.
En la plaza había abierto un kiosco de prensa y la encargada estaba sentada como aprisionada detrás de una mascarilla y guantes de goma.
-       Buenos días, para Cadena Concéntrica. ¿Le puedo hacer unas preguntas?
-       Si. Dígame.
Se volvió y mientras Ramón grababa, preguntó al técnico: ¿le digo que se quite la mascarilla y los guantes para que salga mejor?
Ramón apagó la cámara. Desconectó el sonido, le dijo a Piluca que se quitara la petaca y apagara el micrófono y, acercándose a la kiosquera le dijo:
-       Discúlpenos señora. A la cámara y a mí, se nos han agotado las pilas. Es el esfuerzo que hay que pagar trabajando con millenials.
-       No se preocupe señor. Ahora entiendo todo. Tengo uno en casa que, a esta hora, no se ha levantado.

Matilde Muro Castillo.

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