26 de abril de 2020

LA REUNIÓN


Habíamos recibido en casa la cita de la reunión trimestral de la Comunidad de Vecinos, por primera vez desde que estábamos en aquel edificio.
            Fui yo, porque mi marido no podía y además, aquellas trifulcas que habíamos tenido en la comunidad anterior, le dejaron con el colmillo retorcido y me parece que, sin que yo lo sepa fehacientemente, algún asunto trastea por los tribunales de justicia a raíz de un enfrentamiento con el del quinto, que a decir verdad, era un chulo.
            Nos citaron en el salón del los Testigos de Jehová, porque no cobraban y tenía cabida. Poco a poco nos fuimos incorporando, sentándonos en las sillas en las que pusieron un folio pegado con nuestro número de piso y letra. Mira, pensé yo, qué organización. Esto está fenomenal, porque así no nos pegamos nadie por la última fila.
            Nada más sentarme, la vecina me pregunta cómo me llamo, de dónde soy, si vivo en el sexto izquierda, si vivo sola y si sé porqué hay en la puerta una ambulancia con UVI, que eso nunca había pasado. No tenía ni idea, pero la de delante, que estaba pendiente de la conversación, nos dijo que había sido una orden del nuevo presidente de la comunidad para evitar algún siniestro. Yo levanté las cejas hasta donde me dio el párpado de arriba, y sin abrir la boca, me rebullí en la silla de los Testigos, que no sé yo la gracia que les haría que corriera la sangre por el salón.
            Dijo, la que sabía todo, que el nuevo presidente había sido caballero legionario, y que llevaba metida en el bolsillo de la camisa la libreta de ahorros de la comunidad. Que la enseñaba al que le hacía alguna demanda del tipo: señor presidente que el ascensor se ha quedado atascado en el segundo, y él sacaba la libreta, las gafas, y parsimoniosamente repasaba los asientos contables y respondía: tú a callar mientras no pagues. Pero señor presidente, si lo que pasa es que hay gente encerrada. No había respuesta. Si levantabas los ojos había desaparecido de la vista, porque caminaba por la calle como llevando al cristo de Málaga en Semana Santa.
            Aquel señor se sentó en la mesa presidencial al lado del administrador, un joven recién salido de la universidad, licenciado en económicas y sin otra salida que aquello de llevar cuentas de las comunidades de propietarios. Al parecer estaba haciendo un máster de derecho porque no controlaba las normas, pero su hermano, que también había terminado derecho y participaba de la misma hambruna, le ayudaba en los informes. Allí los tres, con un solo micrófono que usaba el presidente, se dio comienzo a la reunión.
            El administrador leyó sin fuerzas el acta de la reunión anterior, que nadie oyó, repasó presupuestos, dijo quién pagaba y quién debía… y aquí entra en juego el señor presidente que, al oír que hay alguien que no paga, se levanta como una fiera y con su móvil le hace una foto a la víctima faltona, que no sabía por dónde le llegaban las fotos.
Pero ¿porqué me hace una foto? Pues para que no se me olvide su cara. Estar mirándole día y noche, saber a qué se dedica y conseguir que pague a la comunidad lo que debe. Pero si yo no debo nada. Pues demuéstrelo. Pero si yo no sé que deba nada. Señor Administrador, dígale a este delincuente cuánto debe. El administrador, al que se le empezaban a empañar las gafas, dijo que fulano debía tanto, y el fotografiado dijo que él no era fulano. Que se habían confundido y que le pedía al presidente que borrara su foto del móvil, y que se disculpara por haberle llamado delincuente delante de todo el mundo.
            El presidente, poco ducho en las artes marciales de la telefonía, intentó borrar la foto sin conseguirlo. Se deshizo de todas las que le interesaban y que un conocido que había colocado en la carpeta de IMPORTANTES.  A otra cosa, porque ahora había que buscar al deudor entre el respetable.
            Consiguieron tranquilizarlo los dos hermanos haciéndole la promesa de que le mandarían la foto del deudor a su casa, y diciéndole que la reunión tenía que continuar, porque los Testigos tenían oración dentro de dos horas.
            Siguiente paso: propuestas. Se propone la colocación de un ascensor nuevo, la acometida de gas ciudad y reparar las cubiertas del edificio, que tiene cuarenta años construido, y se viene abajo si no se le hace lo que se demanda.
            Ahí se crece el militar. Mientras él sea presidente no se pone ascensor, ni gas ciudad, ni cubiertas. Razones: vive en el bajo, nunca tiene frío y lo de las cubiertas se la sopla.
            Señor presidente, le habla el administrador aterrorizado. Su opinión ya no tiene la validez ni la consistencia que usted cree. Es un bien común y si hay mayoría, pues usted tiene que aceptarlo.
            Yo no acepto nada. Usted aquí no tiene nada que decir. Aquí soy yo el que dice cómo se hacen las cosas, y esas obras que usted dice que hay que hacer es porque usted lo dice. Yo no pienso pagar un céntimo por todo eso. Si ustedes quieren, pueden empezar, por mí no hay problema, pero deben saber que con mi dinero no cuentan.
            El hermano del administrador le dice que no es posible, que pueden llegar a echarlo de su casa si no paga. ¡Ay amigo donde te has metido! Decirle al león de la Metro Goldwin Mayer que van a echarlo de su casa. ¡Hace falta ser irresponsable! El presidente se levanta de la mesa, agarra por el cuello al letrado y pretende sacarlo en volandas de la reunión, mientras la vena del cuello se le hinchaba (al presidente), y el abogado de prestado, se ahogaba. Los separan como pueden y después de tal trifulca, se propone dar por terminada la reunión, asunto que no acepta el administrador, que sigue erre que erre con las necesidades, el quorum, las acreditaciones, las votaciones y mandar callar a los concurrentes, que no paraban de hablar.
            El presidente estaba atado a una silla al fondo de la sala, atendido por los de la ambulancia que prefirieron dejarlo dentro a tomar cartas médicas en el asunto. Los Testigos se habían hecho cargo de él mientras se hacía o no la reunión, y los galenos contemplaban el espectáculo de gente hablando de cacas de perros, pises de niños, basuras repartidas por las zonas comunes, compresas que caen sobre la ropa tendida, el abuso de los patios interiores y la necesidad o no de contratar un portero para que no haga nada.
            No pasó nada, no se acordó nada, no se hizo nada que no fuera lo normal: compadreo, insultos, amenazas y pocas ganas de llegar a acuerdos.
            A toque de campana soltaron al presidente, las vecinas me dijeron que qué me había parecido la reunión, y yo recomendé por escrito, al administrador y a su hermano, para que se presentaran a las próximas elecciones, pero de presidencia del gobierno.

Matilde Muro Castillo.

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