19 de abril de 2020

VOCABULARIO



Recibo la llamada de amigos y conocidos que me preguntan cómo estoy, cosa que agradezco sobremanera, y de paso comentamos la situación, que se ha vuelto tornasolada según la procedencia de la llamada.
-       Mira, esto del confitamiento me tiene harta. No sabes lo que supone tener en casa todo el día a estos dos dolientes peleándose sin parar. Lo del ordenador del padre, se ha transformado en una percusión que llevo por dentro, pero como salga, se va a liar la de la carta manga.
-       No les hagas caso, tú a lo tuyo y déjalos.
-       ¿Cómo estás? – me dice la siguiente llamada –
-       Muy bien.
-       Perdona, te quiero preguntar, ¿sabes qué es eso de la prenda básica que nos van a dar a todos? ¿Tenemos que ir a por ella o nos la mandan a casa, o es de la farmacia? Tengo un lío con tanta cosa. Pongo la televisión cuando puedo, y no me entero, porque estoy con la lejía dándole a los alfanjoles, cachipedias y caramboles y cuando me siento, además del olor espantoso, estoy vilipendiada.
-       Deja ya de limpiar mujer. Dentro de nada va a estar todo igual. Poco a poco y se acabó.
-       ¿Qué se acabó? ¿podemos salir?
-       No, no. Es una forma de hablar. A ver si te vas a ir a la calle y te multan. Tú sigue en casa dándole a la lejía.
-       Sí, eso haré. No sabes lo que me solivianta hablar contigo.
-       Gracias. No esperaba menos.
-       Oye – otra llamada – no paras de chafardear a la retortilla.
-       Sí. Es que es la hora en la que me llama mucha gente. No sé, parece que la tienen cogida. Mi teléfono está loco, parece que tiene hipo. Tiembla con los wahtsapps y se enloquece con las llamadas. El pobre, lo está pasando fatal.
-       Pues el mío he tenido que retorcerlo dos veces.
-       ¿Retorcerlo?
-       Eso es lo que ha dicho mi hijo que hay que hacer. Lo enciende, apaga y ya está como nuevo.
-       ¡Ah!: reiniciarlo.
-       No. Mi hijo está estudiando informática y sabe muchísimo de los ordenadores y de los mandos y de las cosas de la casa que hablan solas. Se ha puesto un chisme que le dice y habla. Yo le hablo y nada, pero me da lo mismo. Es como un nieto maleducado que ha salido a su padre: ni caso, pero él está entretenido. A mí, con que me retuerza el móvil, me conformo. Su padre lo lleva peor porque ya sabes, él piensa que tiene que saber más y mejor que el hijo, pero Luis no ha pasado de escribir con lápiz y son unos enfrentamientos como los de guerra y paz. Por cierto, ¡vaya novela más larga! No la he acabado. Lo siento. ¿Estás bien? Ya sabes que han dicho que hay que comer mucho yogur y bajonesa para que no te ataque el básico.
-       De acuerdo. Te dejo. Gracias por llamar.
Son las ocho, voy al balcón porque esto se ha transformado en una guerra de porteras. Cuando no salgo, me llaman luego y me insultan. Van a por el pan a la mañana siguiente y me fríen el portero automático hasta que contesto dando razón de vida.
            -¡Hola! – me saluda la del balcón del al lado –
            - ¡Hola! – le respondo.
            - ¿has visto las nuevas instructoras que nos han dado por la televisión?
            - ¿las qué?
            - lo que tenemos que hacer, que hay que sacar a los niños con premoniciones. No sé qué es eso, pero con tal de sacarlos, yo les pongo lo que sea. Los parques van a seguir conculcados, y los perros y los niños juntos para nada. Entonces, digo yo, que los que salimos promulgados somos nosotros, los padres, que sacamos indistintamente y por dos veces al perro y al niño.
            - ¡Ah! No. No he oído nada.
            - Entonces ¿a qué te dedicas?, porque tú no sales para nada. Tú si que estás colustrada. No tienes perro ni niños y ¿qué haces? Lo mínimo es el conocimiento, digo yo. Porque si no sabes lo que te imponen, luego te vas a quejar porque no te has educado.
            - Tienes razón, pero ya te tengo a ti para que me lo expliques.
            - Eso sí. Porque yo ahora hago los deberes con los niños y llevamos mucho adelantado en lengua y matemáticas. Estoy segura de que si los examinan les van a poner un superfluo en cada asignatura. Estamos que lo desparramamos.
            - No me extraña.
            - Vamos a las palmas. Luego sigo.
Cierro el balcón y me refugio entre las páginas de lo que estaba leyendo, que me resulta hasta mal escrito.
            Recurro a mi diccionario de María Moliner, que casi no abro, pero me da sosiego tenerlo en la mesa, y pienso en la bondad de esa mujer que doblegó el ansia de sacudirle un tiro al que se le acercaba con semejantes discursos, con la pluma amable de tratar de poner entendimiento a los que nada hacían por él.
            Yo, desde mi confitamiento asimétrico hoy no puedo más.

5 comentarios:

Susana dijo...

Ay hija sí... almondiga, monobus y el control de los aplausos.

Unknown dijo...

Que letronica tienes amiga.

Unknown dijo...

Ja já! un idioma paralelo.

Weeble dijo...

:D :D GENIAL MATILDE!!!

Teresa dijo...

Clarito, clarito. Así se habla.