14 de abril de 2020

HABILIDADES




         Estoy un poco desencantada de mis posibilidades futuras, una vez transcurrido el mes de encierro voluntario, ya que me he quedado en casa porque he querido, presa del terror al ataque del animalito, que nos tiene acobardados.
         Por supuesto dispongo de medios de comunicación y estoy activa en las redes sociales (aquí tienen la muestra), y trato de enterarme hasta la extenuación de lo que pasa por ahí fuera, llegando a la conclusión de que sirvo para poco.
         Acuarelas: un desastre. Veo en Instagram tales maravillas en un abrir y cerrar de ojos, que he dedicado mi equipo de pintura a formar parte de los objetos guardados con amor que pueblan mi casa.
         Bizcochos: ni uno. No es mi destino. Culpo inocentemente al horno, que calienta más por fuera que por dentro, y entonces me he empeñado en limpiarlo de tal forma que he borrado las letras y las rayas que adornaban los botones, con lo que ahora no sé qué es lo que tengo que ordenarle. Aunque supiera las cantidades y las mezclas, no recuerdo para qué sirve cada botón cochambroso, comidos por la limpieza.
         Coser: imposible. Me sudan las manos sólo al pensar que tengo que enhebrar, juntar, separar telas, cortar patrones, bordar, y no les digo ya lo de coser a máquina. Tengo una máquina hermosa que además cose hacia adelante y hacia detrás (me enseñó mi amiga Puerto tal habilidad de mi máquina) y flipo, pero … no arranca. Me dicen que el atasco es por las canillas, los hilos mal tensados, las diferencias entre calibrajes …chino, me hablan chino. La máquina ya la he vuelto a guardar en el armario de los deseos incumplidos, con gran pena, porque conozco de sus posibilidades, pero en ningún caso de las mías frente al manejo de este aparato que, cuanto más lo miro, más complicado me parece.
         Estas máquinas me resultan fascinantes, porque las he desarmado y tienen tal cantidad de piezas para dar las puntadas, que las considero robóticas. Claro que lo mismo me pasaba con las máquinas de escribir, que también llegué a desarmar para saber cómo funcionaban y una vez desarmadas, nunca volvieron a funcionar.
         Hacer gimnasia: no puedo. Es muy cansado. Es agotador. Tengo miedo a caerme en todo momento, a que me de un ataque de agujetas, a asfixiarme. El deporte lo he considerado siempre peligrosísimo, y sólo camino como ejercicio, cosa que me han prohibido en estos momentos y que echo de menos, pero deporte, lo que se dice deporte, se me ha pasado el arroz. Subo y bajo las escaleras de casa cuando es necesario, pero poco más. Veo las cosas de los que nos recomiendan que nos movamos y me asusto porque sólo pensar que tengo que estirarme, encogerme, besar el suelo o soportar el peso del cuerpo en los codos, ya tengo dolor.
         Leer todo lo que me recomiendan. No tengo vida. Soy una lectora compulsiva, de todo lo que cae en mi mano y lo que está en manos de los demás, pero no puedo abarcar las novedades, recomendaciones y creaciones del encierro. No puedo leer más, no llego y se me está originando una sensación de incumplimiento, que no sé cómo curar.
         Aprender a protegerme. Esto es lo que más me está costando porque mascarilla ahora sí, antes no. Lo de las manos era costumbre. Salir con guantes … no salgo. Abrir balcones … pues sí, cerrarlos, lo del ascensor, la lejía, el alcohol, todo acumulado a la higiene personal diaria desde que nací, me va a dejar desgastada y con el ánimo de no cumplir.
         No te cuento lo del aplauso a las ocho. No tengo vecinos. No salgo a aplaudir. Mi población cercana está lejana y no saben en qué hora viven dedicados al rosario o a la novena de todos los días. Dicen los de la farmacia que están vivos, porque he preguntado y les traen los correspondientes pañales, pero lo que se dice aplaudir, es que no.
         Poner al día los papeles: ya lo había hecho. Tengo todo al día aunque los que me visiten, cuando puedan, les parezca imposible dado el volumen que me rodea. No hago cuentas porque las tengo en la cabeza y el día cinco de cada mes ya he terminado con los números, que me los hace el banco como le conviene.
         Una desazón como ven. No hago nada de lo que me mandan y sugieren. Un verdadero horror, y lo peor de todo es que lo estoy pasando bien, que me gusta estar en casa con mis perros, en el jardín, pensando en las musarañas, sin mucho proyecto por delante y con ganas de volver a no hacer nada, pero sin que me lo manden, porque soy una convencida de que los grandes males de la humanidad son consecuencia de la obediencia.

Matilde Muro Castillo.  

6 comentarios:

Unknown dijo...

Me pasa exactamente lo mismo!!!!

Unknown dijo...

Estamos de acuerdo en casi todo Matilde, lo has expresado de maravilla.

Otracarola dijo...

Hay un tiempo para actuar, otro para meditar. ¿En cuál estamos?
En lo de la gimnasia estoy de acuerdo. De hecho tengo una rodilla fastidiada por hacer estiramientos. Me lo merezco por obedecer demasiado.

Unknown dijo...

Yo estoy CONTIGO. A todo el mundo le ha dado por hacer cosas, con lo bien que se está pensando en las musarañas. Yo sigo planeando el muro.

Susana dijo...

Ja ja ja

M.R.C. dijo...

ME ENCANTAS!!!!!!!!.....JAJAJAJAJAJAJAJA