30 de abril de 2020

EL PUESTO




Salimos a las cinco de la mañana en la furgoneta, como todos los sábados, camino del sur. Había que recorrer cuatrocientos kilómetros para llegar a instalar el puesto y que estuviera abierto a las diez de la mañana, cuando empezaba el mercadillo, que permanecía en funcionamiento hasta las tres de la tarde, hora en la que volvíamos a recoger de nuevo la mercancía y, de vuelta a casa. Otros cuatrocientos kilómetros, con la espalda rota de cargar y descargar, colocar hierros, toldos, cierres y pelear con el viento de la costa, que tiene su cosa.
            No era un buen día. Paco había dormido mal y me tocó conducir, además de cargar los hierros, que se los habíamos prestado a mi primo el Andrés, porque le habían robado la furgoneta y cuando la encontraron, sólo le faltaba los hierros, y toda la ropa seguía allí, como si no les interesara a los ladrones, hijos de su madre.
            Ese mercado de la semana nos interesaba, porque allí la gente no miraba el dinero. Si les gustaban nuestras cosas, dale que dale a tarjeta de crédito y en paz. Sí es verdad que había mucha señora un poquito exigente. Que si la costurita no está bien acabada, que si esa puntillita marroncita la tengo en rosita, que si ese pantaloncito para el nieto lo tengo en azulito. Es verdad que allí todo se hablaba en chiquitito, y mira que me dan coraje a mí las cosas pequeñitas, pero es lo que tiene. Parece que el precio va en la relación con el tamaño de la venta, y se aguanta uno con el chiquitito, porque no hay más remedio que sobrevivir de lo pequeño, y a fuerza de mucho pequeño, pasar a lo grande.
            Paramos a tomar un café ahí donde siempre Paco recoge a su primo Sebastián. Es el que nos ayuda a montar los hierros y luego a desmontar. Es verdad que el tío se pasa la mañana tumbado dentro de la furgoneta, que dice él que vigilando, pero no abre el ojo, porque cuando voy y vengo a recoger cositas, él ni se mueve.
            El Sebastián nos cuesta un dinero. Paco dice que nada, pero digo yo que a cada poco viene que con una cervecita, que si se va un minutito a ver a un conocido, que si necesita unas moneditas para echar a la máquina del bar, que si hay que darle algo porque agarre el toldo con las pinzas, que si … un desgaste tonto que Paco emplea en tener a uno para que levante los brazos, mientras él sigue con las manos en los bolsillos.
            Vendemos ropa. Buenísima. Fuimos una vez a los almacenes de una empresa de Italia, cuando tuvimos que ir a buscar a la Cheli, que se nos escapó con uno de la mafia o no sé qué, y allí tiraban la ropa por la madrugada antes de quemarla. Llenamos la furgoneta y con lo que vendíamos a cada parada que hacíamos, nos pagamos el viaje y nos trajimos a la Cheli de vuelta a casa. Eso sí. Se escapó a las dos semanas, cuando se nos acabó la ropa y su padre y yo fuimos a los almacenes de los chinos a por más ropa para vender. Entonces Paco dijo que la dejáramos. Que ya no tenía arreglo. Que aquello iba a ser como ella quisiera, y que si se iba de la casa, pues esa era la pena que nos había tocado vivir, y que la íbamos a tener así para siempre, pero sin andar por esos caminos castigando la furgoneta, gastando dinero y buscando sin saber dónde a esa muchacha, que nos había salido andarina. Así lo entendimos y así estamos. Yo miro por arriba y. por abajo a todas las horas. Si tocan a la puerta pienso que es ella. Si veo a alguien con el pelo de colores, me voy a ella a mirarle la cara. Si veo esos zapatos que le gustan, se los compro. Si alguien dice mama, miro. Si alguno me pregunta por ella, todavía lloro y digo que no sé dónde está. Paco tenía razón, es la pena que nos ha tocado vivir.
            A esta señora que se acerca al puesto la atiendo yo. Es muy fina. Le gustan las cositas buenas y se las voy a vender a muy buen precio para mí. Diga señora. Estoy aquí todos los sábados esperándola. ¿La familia bien? Tengo hoy unas camisetitas que nos hemos traído de Francia, de unos que se llaman el petite o no sé qué, que son preciosas para sus nietos. Estarán mayorcitos, porque hacía mucho que no venía usted por aquí. ¡Vaya! No sabía lo de su marido. Le acompaño en el sentimiento, pero la vida nos lleva a todos por caminos que no conocemos. ¿Ve usted? Ahora puede pasar aquí un ratito conmigo sin que su marido esté ahí sentado mirando cómo compra. ¡Vaya que si me acuerdo! No es que quiera yo decir ni si, ni no. Pero hay que ver la lata del hombre. Pobrecito. Sería muy bueno, no le digo yo que no, pero a usted no la dejaba, lo que se dice respirar: que si ya, que si has terminado, que qué miras ahora, que qué me preguntas, que no sé nada, que si nos vamos, que si te has dado cuenta de la hora que es, que si esto cuánto va a durar … Virgen de la Escondida, ¡qué pesadez de hombre! Usted es una santa y se habrá quedado descansando. Ya comprendo que no me quiera decir nada, pero se lo digo yo que la veía todos los sábados con esa carga y pensaba para mí, que no era yo sola la que tenía que arrastrar a una persona buena, no digo yo que no, pero que podía ser menos pesado. Gracias por su compra. Ahí tiene el resguardo de la tarjeta. Ya sabe que me puede devolver todo lo que quiera. Adiós señora.
            Sebastián se acerca y me dice que yo no debo cobrar con la tarjeta, que los de hacienda se enteran de todo y que luego me van a pedir cuentas. ¡Anda! calla muchacho, ¿qué sabrás tú de lo que puedo o no puedo hacer? Tú lo que tienes que hacer es ayudarme a colocar la furgoneta, que has estado tumbado en los sacos de los manteles y mira como los has puesto. Déjate de los dineros, que esos son cosa mía, que si tu primo es el que tiene que llevar las cuentas, estábamos los tres en la cárcel hacía mucho tiempo.
            Buenas tardes señora, otra clienta que atiendo yo. Perdone un momento que le voy a decir al Sebastián que vaya con mi marido a recoger la comida al puerto.
            Aquí me tiene para lo que guste. Si. Tengo unas novedades estupendas. Los de Zara casa se han aburrido de unos manteles, y me los han vendido a mí. No, defectuosos para nada. Son que se han aburrido de ellos. A esa gente les pasa con frecuencia. Cuando se aburren de las cosas que tienen, nos llaman a nosotros, que somos unos clientes estupendos y nos lo dan a precio. No, al peso no. A precio, vamos, que nos hacen buen avío y tan amigos. Estoy segura de que usted no los puede encontrar en otro sitio que no sea este. Yo soy muy amiga de la hija del de Zara y me llama cuando su padre ya se ha aburrido de las cosas de la tienda. Me dice Rosi vente que mi padre dice que hay que cambiar la tienda y aquí tiene usted lo que ve, a unos precios que no los encuentra en ningún sitio. Todas las medidas. Si, redondos, cuadrados y alargados. Las servilletas van aparte y no son del conjunto, pero ahora ya sabe usted que las servilletas es moda que sean diferentes del mantel. Como quiera, hasta el sábado. Se trae las medidas apuntadas y yo le busco. Gracias, le daré recuerdos de su parte a mi amiga Zara.
            No, no señora, lo siento. Vendo ropa de la mejor. Sí, cosas de casa también, pero macetas no, y no crea que no me gustan, pero mi marido dice que no es rentable. El dice que se mueren muchas y que hay que trabajarlas, y ya sabe lo que pasa, si por mí fuera, tenía esto como un jardín. Es verdad que la ropa se me da muy bien y tengo cosas lindas, pero ya ve. Mi patio es una preciosidad. Si usted pasa un día por mi pueblo, yo se lo enseño y nos tomamos allí un café. Tengo una casa muy linda y eso que ahora está muy sola porque mi niña se ha ido, ya ve usted. Adiós, mucho gusto.
            Paco y Sebastián vinieron con la paella y allí, cuando habían metido la ropa en la furgoneta y sólo quedaban los hierros y el toldo, se sentaron a comer como si fueran los amos de la explanada. Ella comió y ellos se dedicaron a retirar los hierros y los toldos y a ponerlos en la furgoneta.
            Se marchó a tomar un café donde ellos habían pasado la mañana tomando cervezas, y dándole vueltas a la cabeza pensó que era verdad, que ella era una reina y que vivía bien, que tenía sus penas, que el Paco era un burro, que Sebastián le costaba sus dineros, pero que ella hacía lo que le daba la gana, y ¿quién sabe si ella es amiga o no de la señora Zara?.

Matilde Muro Castillo.

1 comentario:

Anaggl dijo...

Pura vida y realidad de muchos!!